El multiverso de lo absurdo
La clave son las patatas.
viernes, 21 de mayo de 2021
Versos Alejandrinos (de Alejandro [que soy yo])
sábado, 21 de noviembre de 2020
El Día del Espectador
El revisor dedica un breve instante a examinar los tiquets, los rompe por la mitad y los devuelve a la mano de Nintendo González mientras realiza vagas indicaciones para que él y su hermana sepan hacia dónde moverse.
Francesca Incognita González se adelanta rápidamente y se lanza impaciente sobre su butaca. Es un evento muy emocionante para la joven, está convencida de que esta será la experiencia más fascinante de su vida. Por su parte, Nintendo, habiendo asumido plenamente su papel de hermano mayor más sabio y cínico, se limita a sentarse a su lado y sujetar las palomitas. Aprovecha los minutos publicitarios que preceden al visionado para echar un vistazo a sus redes sociales.
Poco después, las luces se apagan. Nintendo González silencia y bloquea su móvil y mira a un lado para contemplar la expresión de incontenible emoción que muestra su hermana. No puede evitar esbozar una sonrisa. Tal vez él esté seguro de que la película no será para tanto, pero le hace feliz saber que su hermanita conserva la capacidad de ponerse tan contenta con algo tan vacío y simplón. En el fondo, empieza a sospechar que siente cierta envidia.
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Una marabunta emocionada abandona la sala con el culo dolorido y una sonrisa de oreja a oreja. Entre la multitud, dos figuras hastiadas avanzan pesadamente con expresión de decepción absoluta. Las hermanas González se miran y ponen los ojos en blanco al unísono. Comienza así un nuevo capítulo en la vida de Francesca Incognita, uno plagado de bajas expectativas y creciente rechazo hacia el mundo del séptimo arte. Quién le iba a decir que El Príncipe de Zamunda 2 supondría una decepción tan colosal.
viernes, 20 de noviembre de 2020
Día de Limpieza
Tragando ingentes cantidades de polvo, avanzaba el cepillo por los calabozos insondables de la CPU. Ardua tarea realizada con precarias herramientas y una dirección inepta e inexperimentada. Eso estaba que daba asco verlo, gente.
Pero finalmente conseguí dejarlo más o menos decente, a ver si ahora puedo jugar al Red Dead Redemption 2.
martes, 17 de noviembre de 2020
Sorprendentemente, aquí sigo
sábado, 14 de noviembre de 2020
Cyberpunk
Neo-Vigo, año 3027.
Comienza la estación seca. La tierra no es capaz de retener el agua que las lluvias han dejado como obsequio para lo que queda de la humanidad. El mundo más allá de la cúpula protectora es un yermo desértico que se extiende hasta fundirse con el horizonte.
A lo lejos se divisa un vehículo planeando sobre el terreno calizo y anunciando su llegada con brillantes luces de neón. Va trazando una trayectoria inequívoca, una línea recta que define su destino y sirve como muestra de su determinación. Alguien está llegando a la ciudad.
La conductora lanza por la ventana la colilla de su último neo-cigarrillo antes de acercarse al control de aduana. Allí la recibe un androide con la cara de Abel Caballero.
-Bienvenide a Neo-Vigo. Por favor, diga su nombre y el motivo de su visita.
-Hamunaptra Pausini Kollontai. He venido a comprar una sandía.
viernes, 13 de noviembre de 2020
Cafelito
Era que una vez hubo un hombre con bigote. Tenía un nombre que imponía respeto y unos modos y andares caballerescos que la gente atribuía a una educación sublime. De avanzada edad y marcados hábitos, el buen hombre acostumbraba a pasear cada mañana hasta llegar a su taberna de confianza, donde tomaba una tacita de café con leche desnatada y leía historietas de ciencia ficción de autores noveles.
Un buen día, decidió que no quería café con leche. Decidió experimentar, atreverse a cambiar su monótona rutina matutina, sentirse vivo con un espontáneo acto de rebeldía. Decidió pedir un café sólo.
-¿Está usted seguro, don Ignacio?
-Lo estoy. Hoy soy un hombre nuevo. Tráigame tan solo un poco de azúcar, por favor.
-Como usted diga, don Ignacio.
El café llegó prontamente, acompañado de un sobrecito de Mafari. Todo apuntaba a que sería una experiencia estimulante y enriquecedora. Parecía que el experimento iba transcurrir con normalidad. Sin embargo, según se disponía a endulzar su radical desayuno, el señor Ignacio advirtió repentinamente su torpeza: Había olvidado traerse una de sus historietas.
Inmediatamente empezó a ponerse nervioso. No estaba acostumbrado a las emociones fuertes y no sabía si podría soportar tantos cambios en su vida llegando al mismo tiempo. Lo cierto es que, si bien se había esforzado por no mostrar síntoma alguno de su inquietud, le había costado horrores cambiar su pedido habitual. Este nuevo y brusco viraje era lo último que necesitaba.
Tratando por todos los medios de mantener la calma, buscó la manera de centrar toda la atención posible en los pequeños procesos y gestos que conforman el ritual del cafelito. Con dedicación absoluta vertió el contenido del sobre. Con destreza y buen hacer introdujo la cucharilla y removió con ella el brevaje. Con desmesurada determinación dobló el sobrecito vacío varias veces sobre sí mismo, dejando al final en el platillo un pequeño cuadradito de plástico que no tardó en empezar a desdoblarse.
Nada de esto detuvo el sudor frío que recorría su frente. Nada podía ayudarle a contener la creciente ansiedad que invadía su alma y carcomía inmisericorde su maltrecho corazón.
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Con todo, don Ignacio sobrevivió a la experiencia. Entre las despedidas de las buenas gentes de la taberna, salió decidido de vuelta a su hogar. Lo sucedido esa mañana le había ayudado a reafirmarse: no tenía ya edad para experimentos. No quería repetir una situación similar en lo que le quedase de vida.
Lo tenía claro: Seguiría votando al PP hasta el fin de sus días.